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Bosque Mitago - Capítulo 3

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Dos días más tarde, cuando bajé por la mañana, encontré toda la ropa y objetos personales de Christian dispersos por la cocina, y el suelo lleno de barro y restos de hojas. Subí de puntillas a su dormitorio, y contemplé su cuerpo semidesnudo: le vi tumbado sobre el vientre, con el rostro vuelto hacia mí, roncando ruidosamente, y supuse que llevaba sueño atrasado de una semana.

Pero el estado de su cuerpo me causó cierta preocupación: estaba lleno de hematomas y arañazos del cuello a los tobillos, increíblemente sucio y maloliente. Tenía el pelo enmarañado. De todos modos, parecía más duro y fuerte. El rostro demacrado había cambiado de manera tangible, física. Aquél no era el joven esquelético que me había recibido hacía casi dos semanas.

Se pasó casi todo el día durmiendo, y salió del dormitorio a las seis de la tarde, con una amplia camisa gris y unos pantalones anchos cortados por encima de las rodillas. Se había lavado la cara sin demasiado entusiasmo, pero todavía apestaba a sudor y a vegetación, como si hubiera pasado aquellos días enterrado  en estiércol.

Le preparé la comida, y se bebió el contenido de toda una tetera mientras yo le observaba. Él me lanzaba miradas, miradas de sospecha, como si temiera cualquier movimiento repentino, o un ataque por sorpresa contra él. Tenía los músculos de los brazos y antebrazos muy pronunciados. Casi era un hombre diferente.

-¿Dónde has estado, Chris? -le pregunté. Su respuesta no me sorprendió en absoluto.

-En el bosque. En lo más profundo del bosque.

Se metió más carne en la boca, y la masticó ruidosamente. Mientras la tragaba, encontró un  momento  para hablar.

-Estoy bastante bien. Lleno de magulladuras y arañazos de los malditos espinos, pero bastante bien.

En el bosque. En lo más profundo del bosque. En nombre del cielo, ¿qué había estado haciendo allí? Mientras le observaba devorar la comida, volví a ver al desconocido, acuclillado en mi patio como un animal, devorando la carne como si fuera una fiera salvaje. Christian me recordó a aquel hombre. Los dos tenían el mismo aspecto primitivo.

-Necesitas un buen baño -le dije. Sonrió, e hizo un sonido afirmativo -¿Qué has estado haciendo? -seguí-. Quiero decir, en el bosque. ¿Has acampado?

Tragó ruidosamente y se bebió media taza de té, antes de negar con la cabeza.

-Tengo un campamento allí, pero he estado investigando. Me he acercado todo lo posible al centro. Pero aún no puedo ir más allá de...

Se interrumpió y me observó, con una mirada interrogativa en los ojos.

-¿Has leído las notas del viejo? -me preguntó.

Le dije que no. En realidad, sorprendido por su brusca partida, me había dedicado tan intensivamente a arreglar la casa que olvidé por completo las anotaciones de nuestro padre sobre su trabajo. Y, mientras lo decía, me preguntaba si no habría relegado a mi padre, su trabajo y sus notas, al último rincón de mi mente, como si fueran espectros cuyo hechizo pudiera evaporar mi resolución de seguir adelante.

Christian se limpió la boca con la mano, y contempló el plato vacío. De repente, se olfateó a sí mismo y se echó a reír.

-Por Dios, huelo a rayos. Será mejor que me calientes un poco de agua, Steve. Me lavaré ahora mismo.

Pero no me moví. Me limité a observarle desde el otro lado de la mesa de madera. Él advirtió mi mirada, y frunció el ceño.

-¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando?

-La encontré, Chris. Encontré su cadáver. Guiwenneth. Encontré el lugar donde la enterraste.

No sé qué reacción esperaba de Christian. Quizá furia, o pánico, o un torrente de explicaciones balbuceantes. Deseaba que reaccionara con asombro, que el cadáver del patio no fueran los restos de su esposa, que no tuviera nada que ver con aquella tumba. Pero Christian conocía la existencia del cadáver. Me miró inexpresivo, y el intenso silencio me hizo sentir incómodo.

De pronto, comprendí que Christian estaba llorando. Sus ojos no se habían apartado de los míos, pero ahora estaban humedecidos por las lágrimas que le corrían entre la suciedad del rostro. Aun así, no hacía el menor ruido, y su rostro no perdió aquella expresión perdida, casi ciega.

-¿Quién la mató, Chris? -pregunté con serenidad-. ¿Fuiste tú?

-No, no fui yo. -Al hablar, las lágrimas dejaron de correr, y bajó la vista hacia la mesa-. La mató un mitago. No pude hacer nada para evitarlo,

¿Un mitago? No comprendía el significado de la palabra, aunque la recordaba del fragmento de las notas de mi padre que yo llevaba en la cartera. Se lo pregunté, y Chris se levantó. Apoyó las manos en la mesa y me miró.

-Un mitago -repitió -. Todavía está en el bosque, como todos. Ahí es donde he estado, buscándolos. Intenté salvarla, Steve. Todavía estaba viva cuando la encontré, y quizá hubiera vivido, pero la saqué del bosque... En cierto modo, la maté. La alejé del vórtice, y en seguida murió. Entonces, me asusté. No sabía qué hacer. La enterré porque me pareció la manera más fácil de...

-¿Se lo dijiste a la policía? ¿Informaste de su muerte?

Christian sonrió, no sin cierto humor morboso. Era una sonrisa de entendido, la del que tiene un secreto que no ha compartido con nadie. Pero aquel gesto era una simple defensa, y desapareció rápidamente.

-No hacía falta, Steve. A la policía no le habría interesado.

Me levanté de la silla, furioso. Pensaba que el comportamiento pasado y actual dé Christian era de una irresponsabilidad francamente asombrosa.

-¡Su familia, Chris..., sus padres! ¡Tienen derecho a saberlo todo! Y Christian se echó a reír. Sentí que la sangre se me subía a la cabeza.

-No le veo la gracia.

Al momento se puso serio, y me miró casi avergonzado.

-Tienes razón. Lo siento. No comprendes nada, y ya es hora de que lo hagas. Ella no tenía padres, Steve, porque no tenía vida. Auténtica vida. Ha vivido mil veces, aunque nunca ha vivido. Pero, aun así, me enamoré de ella..., y volveré a encontrarla en el bosque. Está allí, en alguna parte...

¿Acaso se había vuelto loco? Sus palabras eran los balbuceos irracionales de un desequilibrado, pero algo en sus ojos, en sus gestos, me dijo que no era tanto locura como obsesión. ¿Qué le obsesionaba?

-Tienes que leer las notas del viejo, Steve. No lo retrases más. Te lo dirán todo sobre el bosque y sobre lo que está pasando aquí. De verdad. No me he vuelto loco, ni soy insensible. Simplemente, estoy atrapado. Y, antes de irme otra vez, me gustaría que supieras por qué, cómo y adonde voy. Quizá incluso puedas ayudarme, ¿quién sabe? Lee el libro. Luego, hablaremos. Y cuando sepas lo que consiguió nuestro querido y difunto padre, entonces me temo que tendré que dejarte otra vez.

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